“Tiene mucho carácter” “Es una persona celosa” “Siempre llega tarde” “No puede evitar comportarse de esa manera” “Acéptalo, es mi forma de ser” “No me esperaba esto de ti” “Yo soy así”
¿Te suenan? Seguro que las has oído más de una vez. Puede que incluso tú hayas dicho alguna del estilo. ¡Y es lógico! Resulta muy común considerar que la forma en la que actuamos viene definida por nuestra personalidad, forma de ser, carácter… el nombre es lo de menos, lo importante es considerar lo siguiente ¿Puedo escoger activamente comportarme de cierta forma? ¿Elijo lo que siento, pienso o hago? A fin de cuentas, ¿tengo control sobre mi propio bienestar?
La respuesta es sí. Pero, ¿cuál es el primer paso?
Sin duda alguna la llave para el cambio comienza por el autoconocimiento.
Pongamos que te duele la espalda y decides ir al fisioterapeuta. Tras un chequeo te explica que tu postura al sentarte no es la más adecuada. Te recomienda que, las próximas veces que estés sentado, te fijes en la postura a corregir y, en su lugar, te coloques de manera distinta.
Al principio va a ser un engorro pero, poco a poco, irás acostumbrando a tu cuerpo, de manera activa, a sentarse de una forma más saludable hasta que, la mayoría de las veces, te sientes en la nueva postura casi sin pensar, hasta que se convierta en tu nuevo hábito. Pero, ¿Por qué son tan difíciles estos pequeños cambios? ¿Qué ocurre a nivel cerebral?
Imagina que tu cerebro es un bosque. En él hay caminos que has recorrido muchas veces, son conocidos, fáciles, de tanto transitarlos están muy bien delimitados. Son caminos de tierra anchos y cómodos en los que ya no queda vegetación y por los que te resulta muy sencillo andar. Caminas por ellos sin darte cuenta, de manera automática.
Crear otro camino (nuevos hábitos) es difícil. Habrá que sacar el machete y cortar algunas enredaderas, pero a cada nuevo paso, a cada nuevo desbroce, el siguiente será más sencillo. Poco a poco habrá menos vegetación y veremos más arena. Cada vez que lo recorramos lo haremos más ancho y fácil de transitar.
¡Pero eso no es todo! Además, cada vez que elegimos activamente el camino nuevo estamos no escogiendo el antiguo. Y a ese camino de tierra que nos era tan conocido pero ya no nos sienta bien le comienza a salir vegetación.
Algo así sería la neuroplasticidad: nuestro cerebro, a cada aprendizaje, cambia estructuralmente. Los caminos neuronales que más utilizamos pasan a ser más estables, más anchos y rápidos. Pero si dejamos de usarlos generando otros nuevos, los antiguos se van debilitando y hasta pueden llegar a desaparecer. ¿No es precioso?
Al igual que modificar una pequeña postura hace que mejore nuestra espalda podemos extrapolar este ejemplo a otras conductas o pensamientos que no nos están sentando bien y queremos cambiar, reducir o sustituir por otros: aprender a comunicarnos de manera más efectiva, a ser menos celosos, más puntuales, más sociables...
El machete que nos ha venido bien en el bosque no es otra cosa que esa herramienta que hemos aprendido en terapia y nos ayuda con el desbroce.
Por lo tanto, el autoconocimiento nos otorga la capacidad para generar nuevos cambios. A todo se aprende, ¡a cambiar también!
Ahora, párate a reflexionar: si “ser” de cierta manera no te está sentando bien o te impide avanzar, si no tienes suficientes herramientas para abrir nuevos caminos, es el momento de pedir ayuda a los profesionales de la salud y ponernos juntos manos a la obra.
¡A desbrozar!
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